LA OVEJA 99 DE EMA WOLF
Para poder dormirse, Matilde se puso a contar ovejas. Dentro de su cabeza se figuró un cerco de alambre tendido en el medio del campo.
Las ovejas empezaron a saltar por encima del alambre. Todas en orden, como deportistas entrenadas.
—Una, dos, tres, cuatro —las contó Matilde. Eran blancas y espumosas. Igualitas. Olímpicas. Saltaban sin equivocarse.
—Cuarenta y dos, cuarenta y tres —seguía contando Matilde y bostezaba. Hasta que algo pasó y fue a causa de la oveja 99. Cuando le tocó el turno de saltar, se paró a tomar impulso. Estaba un poco gorda. No era nada ágil.
Las ovejas que venían detrás se la llevaron por delante y perdieron el ritmo.
—¡Dale, saltá! —le dijeron.
Ella se puso nerviosa.
—¡No puedo!
Las otras protestaron.
—¡Eso te pasa por comer tanta pasta frola!
—¡Cuánto más me digan, menos voy a saltar! —se encaprichó la 99.
Después empezó con que no iba a saltar porque no se le antojaba, no porque no pudiera. Las ovejas discutieron a los gritos. Unas se pusieron de su parte, otras dijeron que era una arruinatodo. Entre dos le hicieron pie para que cruzara pero terminaron todas en el suelo.
Después quisieron pasarla empujándola por el pompis, pero les dio tanta risa que la soltaron. No había caso. No podían con ella.
Entonces una oveja fue a buscar ayuda o algo. Encontró una grúa de las que se usan en el campo para apilar bolsas de maíz.
¡Eso iba a servir!
Volvió donde estaban las otras, manejando la grúa a lo loco. Y así fue como la cruzaron: en grúa. A la 99 le encantó. Se balanceaba en el aire como un piano. Las demás aplaudían y gritaban.
Sólo que con tanto escándalo Matilde se desveló y tuvo que empezar a contar de nuevo.
—Uno, dos, tres...
Pero se le hizo largo y se durmió recién al amanecer: todas las demás ovejas quisieron cruzar el cerco en grúa.
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